8.03.2013

En el ocaso de una vida plena
fueron tus ojos grises, de vista serena
los que se despidieron en la noche
durmiendo una siesta eterna.

No alcanzó tu voz de fábula,
aquella de cuentos eternos,
a despedirse entre las Dalias
ante el sempiterno duelo.

En menos de un segundo suspendido,
bajo el reloj viejo de la cocina,
tu alma como golondrina
salió emprendiendo vuelo.

Y tus manos se quedaron frías,
y la fría lluvia enjugó tu velo.
Mis manos se volvieron brisa
y tu risa pagó el recuerdo.

Estamos, hoy, en desconsuelo.
A la espera de que el reloj ande nuevamente,
Quedamos, ayer, somnolientos,
sonriendo ante un recuerdo. 

El cuento de Rapunzel en la torre eterna,
el llanto de Margarita por su novio ingrato,
los tangos no tienen quien los baile
y en la casa ya no encuentro tu retrato.


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