1.10.2013

Cancion de despedida

Que complicado puede llegar a ser el hecho de no saber qué demonios hacer.
Cuando se dice que las instancias se acabaron, pero no sabes bien qué piensa la contrapartida, es claro que lo que queda, no es mas que la retirada. Y el nunca Más, y esas tantas oraciones que significan el NO VOLVER A VERTE.
Pero no es que no quiera hacerlo -vamos, que me hace bien también- sino que es claro que extraño tus palabras, el reirme constantemente... porque al final se gastaba el cariño pensado en ti cuando había tiempo.
Y no es que ahora lo haga, sino que me gustaría hacerlo,
Y no es que no quiera hacerlo, sino es que no debiera.

¿De qué sirve entonces, querer a alguien si no puedes siquiera pensar en él?

porque hemos quedado en claro que no volveré a verte, y qué angustiante no saber si, al igual que yo, tu extrañas esas palabras que a fin de cuentas, siempre nos alegraban el día.

Una familia y una casa.

La casa en el campo era apenas una choza cuando los abuelos llegaron. Iris, con ese aire de pequeña oficial de la historia familiar nos contaba que cuando se casaron Mama Rosa -así, sin acento porque le gustaba la entonación que le entregaba- y Papá Robles la casa en medio de la colina apenas si era un cuadrado de  palos parados con esfuerzo en un extraño equilibrio, mal pintada con cal dejando que algunos agujeros en el adobe mostraran la tierra aun viva y sin piso más que la tierra desnuda del cerro aplanada a punta de golpes con las piedras laja que traían desde la ladera del río.

La noche de bodas se despertaron a mitad de la noche con el movimiento como de barco hundiéndose,una de las patas del catre de bronce heredado de la bisabuela Linaria -traído directamente desde la ciudad- se había enterrado haciéndolos caer como si de naufragio se tratara. La casa blanca que conocemos ahora apareció después, construida poco a poco por las manos de los bisabuelos y abuelos y con la paciencia y las necesidades de una familia siempre creciendo. Llevaba en las paredes, murallas, puertas y ventanas las llagas y restos que el tiempo y la historia familiar le iban dejando, de aquella época del hundimiento del catre de bronce en el suelo de tierra sólo quedaba la habitación principal arreglada una y otra vez con cada terrible acontecimiento que estremecía al país; primero tuvieron que ponerle piso cuando el gran terremoto derrumbara parte de la ciudad antigua y terminara de llevarse la muralla sur de la habitación e incluso después de la persecución del general Cardo a los miembros del partido comunista luego de haber llegado al gobierno -y donde Papá Roble tuvo que escapar a los pasos cordilleranos para que no lo mandaran a la Isla de los Leprosos en medio del mar austral- se hicieron las bodegas con doble fondo para esconder gente perseguida y que ahora servían como bodega para los vinos de guarda y algunos cereales que se guardaban para el consumo del invierno de la gente de la casa.
Pero la casa también tenía historia propia, aquella que estaba ligada una y otra vez a las decisiones de la familia, a su crecimiento, a su recambio, a la herencia de sangre que nos ligaba irremediablemente como parte del mismo clan, con el mismo destino sellado por nuestra estirpe.

Habían sido los bisabuelos, quienes se asentaron, pero eran los abuelos quienes se dedicaron a ponerle sustancia a aquellas tierras perdidas y que tanto les entregaran, se enamoraron de la cordillera afable y apacible del verano y oscura y ruidosa del invierno. Ellos vieron en esas tierras las maravillas de las que luego Refugio se enamorara cuando conociera a Pastora en la Universidad.
Se habían dedicado a darle forma y vida a aquella tierra que les pertenecía más por el trabajo y el tiempo que invertían que por los títulos de propiedad; plantaron en un lugar el maíz y la remolacha, en otra hicieron los establos para las vacas y que servían como productoras de la leche que luego pasaba a buscar la cooperativa lechera todas las mañanas bien temprano para dejarla a la central de esterilización a la entrada de la calle matadero, en la ciudad. Mientras en la ciudad comenzaban las primeras protestas por los derechos de los sindicatos, cuando aparecieron los primeros sindicalistas, los pensadores sobre la igualdad y la libertad del pueblo y la necesidad de conformar un frente que construyera un nuevo país, en el campo aparecieron los primeros problemas sobre el derecho de las tierras. Era cuestión de tiempo que aparecieran los problemas en la franja de agricultores, en esos tiempos alejados del cono urbano de la ciudad incrustada en medio de la cordillera.

Los agricultores de aquella zona fueron los primeros que se asociaron para poder cuidar "el trabajo propio". Era el sector donde los abuelos habían formado parte del primer sindicato agrícola que se creara con la ayuda de don Roble y los vecinos que usaban las aguas del río para el regadío. Ahí fueron los primeros cambios para el campo, los primero verdaderos arreglos de la casita enclavada en medio del monte y las segundas revueltas que llevaron, ahora al abuelo, a escapar al mismo paso cordillerano que al bisabuelo. Eran los tiempos del gobierno de don León Leyseca que si bien había seguido la línea de su antecesor, poco había hecho con las reformas para el campo; en otras palabras el país tenía una sociedad de fomento de la producción, pero en el campo poco se hacía contra los abusos y desusos de la tierra. Recuerdo que la abuela nos decía, con aire de reproche, que don León Leyseca había venido desde el norte, había pasado más tiempo fuera que dentro del país y que si bien poco sabía de los problemas de la gente -como le gustaba decir a ella- había ganado las elecciones con su pinta de actor de cine... Sin embargo, eso nunca lo supe, las fotos de esos tiempos muestra a la gente más vieja de lo que realmente era y para mí aquella foto no mostraba más que a un caballero con pinta de ser viejo.

La casa, en ese entonces, albergaba a los 4 hermanos de Pastora más algunos primos que el Tata iba recogiendo de un lado y de otro. Por lo mismo es que se fueron agregando, si bien no muchas habitaciones, sí hartos metros cuadrados que iban siendo ocupados dependiendo de las necesidades de la familia; además de la habitación principal donde la Nona y el Tata descansaban, estaba la habitación de Papá Roble y Mamá Rosa que, con los años que llevaban encima, se habían dedicado a disfrutar a los nietos y a los primero bisnietos. Estaba el comedor de diario con la amplia cocina a leña donde la abuela siempre mantenía agua hervida para atender a las visitas y donde los aromas de la comida no cesaban durante todo el día avivados por un fuego que no se apagaba ni en verano ni en invierno. El comedor principal pasaba sellado hasta la llegada de celebraciones importantes donde toda la familia se reunía y lo llenaban de esas historias antiguas y las risas de los niños.
El lugar más especial era la biblioteca del Tata, donde se recluía cuando el día amanecía oscuro y los recuerdos de los años de escape por plena cordillera y la pérdida de los amigos le pesaban en el corazón. pérdidas que se iban sumando año a año y que acrecentaban con el mismo tiempo. Luego venían las dos habitaciones grandes, una para las niñas y otra para los niños.
Luego vino otro terremoto y dos evacuaciones por actividad del volcán, ahí cayó el comedor principal y la habitación de los niños, algo que no se arregló puesto que con la manía de escapar heredada generación tras generación cada vez que un gobierno decretaba que su forma de pensar se volvía inconstitucional. A esas alturas dos generaciones habían arrancado por creer en algo que el resto, declaraban, era una peligrosa utopía; esa habitación nunca más sería ocupada luego de la matanza del campo en donde los primos de Pastora nunca más volvieran, las mujeres de la casa se hicieron cargo de los negocios hasta que llegara Refugio.

Era por eso que cuando Pastora y Refugio se casaran -luego de que la tercera generación de la familia le tocara escapar- recibieran una casa que sólo mantenía a buen resguardo el espacio donde esconder a los que llegaban arrancando de la ciudad y que iban de camino al paso cordillerano como única salida de escape. Entonces llegué yo, la primera de las siete hijas, luego Milagros, Clara, Estela, Paz, Amparo y la pequeña Esperanza.
Con cada nacimiento se agregó una pieza, pero también se abandonó la habitación principal cuando Pastora y Refugio partieron... pero esa es otra historia, y nada tiene que ver la casa del monte.