11.30.2006

Campanario

A LA PUESTA DE SOL



La ciudad si bien no era pequeña, tampoco era grande. Con todo el ajetreo que se vivía día tras día, parecía ser, sin embargo, que era el mundo entero. Las personas convivían eternamente en un ajetreo incesante de ruido y sonidos, aromas colores y ante todo, indeferencia. Dentro de tanta multitud, la imagen del campanario se erguía orgullosa ante tanta calamidad. En la mañana parecía una gran roca de hielo pálida que recibía antes que nadie, el calor revivificador del Sol matutino. A medio día, en medio del auge de tanto movimiento, era quien reflejada la misma loz Solar, de manera que recordaba que aun faltaba la mitad del día, que debían apurarse, que los estaba vigilando en esa posición eterna y dominante, más grande que cualquier edificio a su alrededor, más perpetuo que las miles de vida que se aglomeraban en aquel espacio de cemento. Al atardecer, cuando las energías comenzaban a mostrarse todo lo deterioradas que estaban por el trabajo de todo un día, el Campanario se mostraba tranquilo, perfecto, iluminado como si de una exhibición de arte se tratara, con color cobre, era el último en despedir al Sol que daba a entender que el día terminaba... entonces llamaba con las campanas mantenidas en lo alto una... dos... tres veces sonaban mientras la gente se marchaba a sus hogares, entre admiradas de su presencia, entre odiando esa perpetuidad que con tanto trabajo, ellos mismos no podrían llegar a alcanzar.

11.10.2006

La Esperanza es lo último que se pierde

Esperanza.

Cuando crecemos muchas veces no recordamos cómo es el mundo que nos rodea cuando pequeños, o mejor dicho, no recordamos cómo las cosas pasaron a ser de simples a comlicadas, de sencillas y fáciles. Antes nos conformábamos con explicaciones que parecerían estar al borde de la creación del mundo a manos de la imaginación, pero luego del paso de los años, nos convencíamos de la casi incuestionable realidad de que no somos nada más que simples seres en medio de una muchedumbre. Alguna vez fuimos creadores, luego no seríamos más que simples observadores.
Pero Esperanza aun era pequeña para esas cosas, ni siquiera se preguntaba cómo la vida se volvía compleja y monótona, no porque la de ella no lo fuera, -porque siendo tan pequeña su vida era compleja- sino porque no era realmente importante que lo fuera o no.
A sus cortos cinco años ya decidía por sí misma cosas importantes como qué chocolate comer, a qué hora despertar en las noches y jugar mientras las otras dormían o simplemente si hacía caso a las palabras de Sofía, su hermana mayor... siempre escuchando lo que los animales decían (sobre todo los koalas que eran siempre tan desordenados) puesto que entendía que no era sólo ella la que vivía en este mundo... bueno, su mundo creado en miles de horas de imaginación y tranquilidad en las faldas de su padre.
La infancia de Esperanza era, al menos, normal, hasta el día que, entrando a la ciudad, luego de un día de campo que sirvió para poder alejarse de la presencia eterna del campanario, Refugio dejó de existir y ser el héroe de la pequeña en sus eternos cuentos infantiles. ambos dormían esperando la llegada a la ciudad, la muchacha si bien iba despierta, intentaba mantener en la memoria la sonrisa lejana y casi irreal de una mujer que parecía estar presente en algo más que sus recuerdos. Refugio, por su parte, no dejaba de ver en la niebla de los sueños la imágen de la mujer que le había ayudado a concebir a esas hijas suyas que parecían sacadas de algún recuerdo traspasando la propia existencia... nunca supieron el porqué ese camión llegó a donde estaba descansando soñando con su esposa, no porque, si la pequeña Esperanza estaba dormida en sus piernas al lado del pasillo, cayó al suelo para quedar atrapada mientras Refugio era desgarrado de este planeta por el golpe del asiento delantero sobre su pecho. Lo cierto era que mientras volvía a la vida de la casona en medio de esa gran ciudad vigilada por el inmenso campanario, supo que las cosas no serian como antes, no porque su padre no escaparía del trabajo con el afán de poder estar más con ella, no porque los colores que la acompañaban en sus aventuras, o los animales que siempre le hablaban incansablemente... sino era porque la casa no parecía ser la misma, sus hermanas, al parecer dejaban de ser ellas, aun sabiendo que las cosas no cambiaban, por más que faltara una persona, era imposible de sentir que verdaderamente era Refugio quien las mantenía unidas a aquel edificio, más que el parentesco o los lazos sanguíneos.
Esperanza, al parecer, estaba sola.