3.29.2011

Los hombres Grises y el Nunca Más


Míralos bien Sofía, aquellos son los renegados del pasado. No es que no quieran vivir en el presente, es que si se le ha negado la justicia, ¿Cómo podrían vivir en estas paredes nuevas llenas de contradicciones?
Un edificio construido con cadáveres, duele. Les duele el tener que ver en cada tienda, en cada banco, en cada comercial de televisión los miles que cayeron, los desaparecidos, los olvidados.
Míralos y recuerda cómo miran, cómo caminan, como comen con miedo entre sus sienes, con odio en sus mandíbulas, con las manos amarradas y sucias, resentidos y abandonados a su suerte en esta calle maldita que no deja de gemir de dolor en estos días. Veo en tu rostro aquella expresión de dolor tan grande (tan grande como el dolor que cada uno de ellos siente) y debo decirte que está bien, está bien dejar el dolor fluir en tus venas para compadecerte… no, no para tenerles lástima porque de eso no se trata, debes sentir el dolor que sienten ellos para no olvidarlos, para hacerlos retratos vivos de un pasado fangoso del que muchos quieren escapar.
Para eso están estos hombres grises, ausentes y voraces, para hacernos recordar lo terrible que fue, lo terrible que es, haberlos dejado en este estado, en este abandono, en este olvido. Y lo repito, (porque lo seguiré haciendo, lo advierto) para que entiendas cuán difícil es comenzar desde cero, sin Pastora, tu madre, yo no lo hubiese podido hacer, ellos no tenían a nadie. Quizás, si no hubiese estado ella, sería yo el que estuviera caminando a gritos entre medio de los basurales, durmiendo entre las ratas, gritando a las ancianas que profesan el fin del mundo. Quizás ni siquiera estaría acá, estaría en una de esas fosas abiertas del cementerio, sin rostro, sin nombre… en las tumbas tristes que se erigen al atardecer, desprovistas de adornos, llenas de bandas amarillas porque no han sido identificados.. Tal vez sería un muerto en vida, y otro sería tu padre, tal vez no tendrías que ver esto, quien sabe.
Pero no por ello significaría que esto no existiera, que la Casa de la Solidaridad no estuviera, que esta calle estuviese llena de luz y de colores, vacía del silencio que ronda por las esquinas y los callejones. Ya no es posible no tener este día, Sofía, porque hay quienes están ahí y viven aun sus tormentos, sus penas, angustias y alegrías. Son personas, reales, a las cuales debemos honrar porque en sus cimientos se construyó lo que hoy tenemos, si es bueno o malo, no lo sabremos. Las certezas han muerto (no las ideologías como tantos predican) por lo cual no nos queda más que seguir trabajando día a día por construir aquel mundo que tanto añoramos y que dista de este tan egoísta y beneficioso para algunas y dañino para tantos.
Sofía soltó una lágrima y se avergonzó. Era mayor, no debía reaccionar así a lo que le contaba su padre. En la época del Nunca Más, cuando Iris las encerraba en la casa junto a Milagros a la espera de lo que dijera Pastora, la anciana les contaba las noticias que andaban rondando por el pueblo, aunque vivieran en el campo, se sabía de los desaparecidos, de las persecuciones, de las violaciones, de los muertos, los torturados y los heridos. Ninguna de esas figuras tenía nombre, lo cierto es que era gente, que al volver, perdían el brillo de sus ojos. Pero nunca había escuchado a su padre hablar sino hasta ahora, caminando por esa calle gris y fría en medio de la ciudad, rodeada de casitas humildes, pequeñas, apiladas como si así pudieran calentarse para el invierno, como si así pudieran resguardarse del calor del verano. Refugio había guardado silencio y ahora lo entendía, porque él no era esos hombres dementes, grises, fríos y repulsivos que caminaban como zombies, que cantaban canciones antiguas, que denunciaban sin que se les escuchara, las torturas de su vida. En fin, que terminaban por vivir otro día sin notar que todo había acabado.
-Y es que no ha acabado- volvió a la arremetida, Refugio- para ellos nunca lo hará hasta que los lleven a un tribunal, hasta que los escuchen, les tomen la mano y los reciban.
Era esa la razón por la cual Refugio iba todos los meses a entregar lo que tenía y sobraba en la casa, lo que podía recolectar. Entre ropa, abrigo y comida para aquellos hombres desorientados, muestra de lo que era él ahora, la posibilidad viva de lo que podría haber sido. Testimonio vivo de las negligencias del Campanario, de la campaña del terror y del olvido.
A lo lejos se escucharon las campanas. Los hombres grises se levantaron, miraron a la distancia con los ojos llenos de furia y rabia, luego se agacharon y lloraron, para luego volver a su mundo perdidos en el tiempo, trasnochados en la gloria de tiempos pasados, abrumados por la tragedia del presente tan cierto y ajeno a ellos.