4.07.2008

Aurora

Habia pasado el temblor en mitad de la noche, ya sabía bien que había sido un sueño, una sensación nacida de sí misma para determinar la necesidad de terminar con tanta bruma en pleno viaje. No quería terminar chocando con cualquier barco, menos con una roca, pero tampoco pretendía quedarse quieta en medio de la nada... ¿había entonces, que hacer algo?
Desde las montañas aparecieron los fuegos endebles de los primeros atisbos de sol, la noche ya no era tan oscura como sí seguía viéndola, en un momento más la luz llegaría y ella, colmada de penas y dudas como lo estaba en ese momento, no quería terminar de pensar a menos que la solución se apareciera de la nada... pero no aparecería, al menos no hoy.
respiró ondo mientras intentaba adentrar a los pulmones el aroma a hielo que en ese fin de mundo reinaba como estado único, la cabeza, si bien le daba vueltas, ahora estaba más tranquila. hubo un momento en que casi la ahogaban las lágrimas, un momento en que terminaría por matar a alguien, un momento en el cual gritó enojada las barbaridades de su ira y otro en el cual quería dejar de sentir lo que se entretejía entre el hueso y la piel de su pecho.
De todos esos momentos, debía escoger uno, uno en el cual fuera lo suficientemente cómodo para seguir pensando con tranquilidad sin mostrar debilidades, mostrar cercanía y a la vez esconder aquel corazón suyo... era necesario buscar un momento preciso en el cual una sonrisa pudiera aliviar tanto como ocultar... entretener y a la vez amedrentar. un momento en el cual terminara dilucidando los misterios que ella misma se negaba a conocer, una ocasión que decantara en el oasis que quería para poder descansar con los ojos cerrados sin tener que vigilar lo que pasara afuera, ese mundo compartido que debía guardar su corazón de niña intacto para no terminar absorvida por la sobriedad y la aplastante crueldad de un mundo qe no era el de ella. Aquel momento, aquella situación en la cual fuese capaz de dormir en el pecho de alguien dejándose llevar por el perfume y el incienso de sus sueños.
Finalmente el sol comenzó a salir, el frío nocturno de los campos de hielo que se erigían a lo lejos de aquella embaración le dieron la bienvenida en su pulcro blanco anunciándole que había terminado la noche, que era tiempo de comenzar otro día, otras perspectivas, y mayor cuidado a sí misma, aun cuando la matara por dentro echar tanto de menos.