Sofía se limpió las lágrimas. Sabía que bajando las escaleras le esperaba una despedida.
Y también sabía que debía decir Adios.
se tranquilizó, como odiaba esos momentos en los cuales la ansiedad de lo que se avecinaba se proyectaba en su estómago con tal notable violencia que odiaba tener que sentirse viva tan repentinamente. Y abrió la puerta maldiciendo los ojos aceituna de aquel hombre, caminó odiando su tiritar en las rodillas y esa flcción en el codo izquierdo que se causaba involuntariamente.
se maldijo al saberse nerviosa, no porque lo estuviera, sino porque volvía a caer en aquel que se dijo no volvería a aceptar. Y es que las promesas parecen ser ciertas
y que mientras su boca se movía en el sinfin de telas que eran sus palabras suaves, quería colocar su lengua para saborear cada entredicho como manjar.
Debía dejar pasar, al menos por este momento -¡Sólo por este momento, mientras se cierra la puerta tras su espalda!- todo lo que su presencia significaba.
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