Camadería más allá del a sensación de pertenencia. Esa era la consigna antes de entrar a aquel grupo tan selecto. Los nervios no se desaparecían cuando entrabas por la puerta de madera y Cristal soplado de aquella secta plutárquica que invadía y controlaba la mayoría de las actividades de la ciudad. aL contrario, viendo la simpleza y magnifiscencia del lugar, no cabía duda de que era mucho más que camadería, te ofrecían el país entero. Sonrisas corteces, mucho silencio y ante todo, paz. Caminabas por el pasillo con la intención de mantenerte erguido, generalmente se llegaba con la idea de negociar, pero realmente aquello nunca sucedía, por la simple razón de que era tal el poder escondido entre cuatro paredes y unos diez apellidos, que no había nada que se les pudiera ofrecer.
Un garzón te llamaba, abría la puerta y te acompañaba a la terraza semicircular del último piso, (el edificio realmente no era muy grande, apenas unos ocho pisos, que sin embargo, contrastaban muy bien con los altos edificios de más de veinte pisos que lo rodeaba) donde el aroma a distintas comidas, todas sin duda alguna, muy finas, te recibían casi como burla.
Ese día caminé sin resquemores, me había costado sobreponerme al hormigue de mi estómago cuando crucé la primera mampara, ahora no sería el momento de retroceder, menos si tomaba el peso de la importancia que tenía mi presencia ahí.
-Buenas Tardes- hablaron sin parecer nerviosos... y claro, estaban en su ambiente.
Solo incliné la cabeza.
-Por favor, siéntese- dijo un hombre de unos treinta años, a su lado, un caballero de unos setenta u ochenta años me miró con ese tono burlezco que siempre odié desde que entré a la universidad, casi preguntándome qué hacía ahí, cuestionando mi posición tan alejada de mi cuna.
-Muchas Gracias- atiné a responder, después de todo, ya me habían amedrentado...
No recuerdo bien qué fue lo que conversamos desde un comienzo, casi como si eso no fuera muy importante (y realmente no lo era) se sintieron especialmente curiosos por mi apellido, preguntaron por mi familia, mi situación personal, si era casada, en fin, saber si realmente pasaba la "Prueba de Blancura" para que me trataran como a un igual.
-Entonces comencemos- dijo finalmente el caballero, al parecer había pasado la prueba, ahora necesitaba poder tranquilizarme para poder terminar lo que me habían encomendado- ¿qué es lo que viene a ofrecernos?
Asentí sin querer mirar hacia los lados, me molestaba -quizás demasiado- la presencia de los otros comensales que parecían conversar temas tan distintos que los que nos reunían a nosotros.
-No ofrecemos nada, señor Kulcis...- Respiré hondo- no es posible que su clase gobernante siga exigiendo lo mismo de siempre sabiendo como están las cosas...
-O sea, ha venido acá solo para darnos en la cara su incapacidad como gobernantes... ¿también quiere culparnos por eso?- sonrió, el caballero- acá las cosas no se trabajan acá, muchacha. Si no hay nada, nada tendrán, una ley muy simple
-¿Y acaso no le interesa lo que está pasando en todo el país?- parecía ilógico que un hombre que pudiera mostrar tal devoción por sus palabras, no fuera capaz de compadecerse con la situación en general- Usted tiene la posibilidad de ayudar a salir de esto, no queremos negociar, por el simple hecho de que es su deber ayudarnos...
-No lo es
-Quiero recordarle quien ha sido quien le ha entregado tantas ganancias, señor Kulcis- no pude guardar silencio
El anciano bajó la vista, estaba notoriamente enojado, no hizo nada, sólo se levantó con esa calma que se adquiere después de mucha vida vivida y se golpeó la plama derecho con el puño izquierdo.
-No tendrán mi ayuda.
-Lamento que sea así.
El resto es historia antigua. Tres meses después las fuerzas armadas salieron a las calles, nosotros ya estabamos preparados para defendernos.
Cinco años llevamos desde entonces, el poder lo tienen ellos (no por mucho tiempo) y la inestabilidad pasó a ser la normalidad.
Aquel edificio, sin embargo, sigue albergando a Kulcis. Como lo hizo por casi 200 años con sus antepasados.
Al Club, sólo sigo entrando para poder negociar.
Un garzón te llamaba, abría la puerta y te acompañaba a la terraza semicircular del último piso, (el edificio realmente no era muy grande, apenas unos ocho pisos, que sin embargo, contrastaban muy bien con los altos edificios de más de veinte pisos que lo rodeaba) donde el aroma a distintas comidas, todas sin duda alguna, muy finas, te recibían casi como burla.
Ese día caminé sin resquemores, me había costado sobreponerme al hormigue de mi estómago cuando crucé la primera mampara, ahora no sería el momento de retroceder, menos si tomaba el peso de la importancia que tenía mi presencia ahí.
-Buenas Tardes- hablaron sin parecer nerviosos... y claro, estaban en su ambiente.
Solo incliné la cabeza.
-Por favor, siéntese- dijo un hombre de unos treinta años, a su lado, un caballero de unos setenta u ochenta años me miró con ese tono burlezco que siempre odié desde que entré a la universidad, casi preguntándome qué hacía ahí, cuestionando mi posición tan alejada de mi cuna.
-Muchas Gracias- atiné a responder, después de todo, ya me habían amedrentado...
No recuerdo bien qué fue lo que conversamos desde un comienzo, casi como si eso no fuera muy importante (y realmente no lo era) se sintieron especialmente curiosos por mi apellido, preguntaron por mi familia, mi situación personal, si era casada, en fin, saber si realmente pasaba la "Prueba de Blancura" para que me trataran como a un igual.
-Entonces comencemos- dijo finalmente el caballero, al parecer había pasado la prueba, ahora necesitaba poder tranquilizarme para poder terminar lo que me habían encomendado- ¿qué es lo que viene a ofrecernos?
Asentí sin querer mirar hacia los lados, me molestaba -quizás demasiado- la presencia de los otros comensales que parecían conversar temas tan distintos que los que nos reunían a nosotros.
-No ofrecemos nada, señor Kulcis...- Respiré hondo- no es posible que su clase gobernante siga exigiendo lo mismo de siempre sabiendo como están las cosas...
-O sea, ha venido acá solo para darnos en la cara su incapacidad como gobernantes... ¿también quiere culparnos por eso?- sonrió, el caballero- acá las cosas no se trabajan acá, muchacha. Si no hay nada, nada tendrán, una ley muy simple
-¿Y acaso no le interesa lo que está pasando en todo el país?- parecía ilógico que un hombre que pudiera mostrar tal devoción por sus palabras, no fuera capaz de compadecerse con la situación en general- Usted tiene la posibilidad de ayudar a salir de esto, no queremos negociar, por el simple hecho de que es su deber ayudarnos...
-No lo es
-Quiero recordarle quien ha sido quien le ha entregado tantas ganancias, señor Kulcis- no pude guardar silencio
El anciano bajó la vista, estaba notoriamente enojado, no hizo nada, sólo se levantó con esa calma que se adquiere después de mucha vida vivida y se golpeó la plama derecho con el puño izquierdo.
-No tendrán mi ayuda.
-Lamento que sea así.
El resto es historia antigua. Tres meses después las fuerzas armadas salieron a las calles, nosotros ya estabamos preparados para defendernos.
Cinco años llevamos desde entonces, el poder lo tienen ellos (no por mucho tiempo) y la inestabilidad pasó a ser la normalidad.
Aquel edificio, sin embargo, sigue albergando a Kulcis. Como lo hizo por casi 200 años con sus antepasados.
Al Club, sólo sigo entrando para poder negociar.