A veces parecía no querer escapar, ni tampoco quedarse, si alguien le preguntaba, no había duda de que era una contradicción en si misma... tan aferrada a este mundo, y sin embargo con la apariencia de un fantasma, tan ligada a la muerte, pero a la vez, no podía dejar de vivir.
Estela era una muchacha que iba y venía con los vaivenes del mundo, se diluía en la maravilla de sus cantos y se reconstituía en la necesidad de compañía.
Sólo algunas veces, pocas veces, dejaba escapar los pensamientos que realmente tenía. Aquellos que se desenvolvían en su secretísimo o en las sensaciones maravillosas de las melodías que su flauta de cobra guardaba en forma de verso. en dichas ocasiones prefería mirar de frente, dejar aquel pedestal de limpio granito -o suave mármol- para gritar a los cuatro vientos, con rabia, con furia, con amargura, aquello que no podía dejar de apuntar como injusticia.
Ese era el verdadero problema de su inexpresivo rostro, de sus melodías estudiadas, metalizadas y acordes mecánicamente sincronizados... sin emociones, sin sensaciones, sin la historia detrás de la perfección melódica de una partitura bella, pero vacía.
la última prueba, la tercera que ya rendía como protocolo de ingreso al conservatorio de música de la ciudad iba cargada de todas las emociones de semanas de alegría, horror y abandono. Aun escuchaba los disparos de la última marcha... veía el sangriento caminar de una violencia injustificada y la pérdida agresiva a la cual, parecía, estaba destinada su familia.
Recordó las historias que le habían contado desde pequeña y finalmente pudo ver las imágenes plasmadas de aquel pasado sangriento acomodarse en su futuro en un encaje perfecto... el dolor se hizo intenso y en medio de sus vaivenes tuvo que parar, obligada por las circunstancias, sacada del quicio racional de su eterno estudio y tocar, en medio de la aniquilan pérdida, la pieza que podría ser su futuro, su comienzo, su alegría.
En una presentación no preparada, sin hablar sobre lo que estaba haciendo, sin entender tampoco, por qué lo hacía, Estela besó la flauta y, por primera vez, sintió el frío sabor del metal molesta por las circunstancias.
No quería delicadezas, quería morder el instrumento metálico, quería gritar y llorar atragantándose con sus lágrimas, quería correr hasta que los músculos no le respondiesen, hasta dejar todo atrás, correr para alejarse de esos sentimientos que no estaba buscando y acurrucarse en las melodías gratas que había preparado para su tranquilidad.
Pero no pudo.
Estaba ahí, parada en frente de la comisión de admisión mojada por la lluvia, desarreglada y triste, fría como su flauta pero dispuesta a dar su última pelea. Respiró hondo e hizo que el viento se traspasara desde sus pulmones a la flauta, en sus delicados dedos sintió el leve cambio de temperatura al tiempo que la dulce nota se elevaba por el auditorio llevando una pequeña muestra de sus propios sentimientos. Enlazada con las siguientes notas la historia tomó forma en medio del espacio vacío que quedaba entre el escenario y la mesa de observadores; los pocos asistentes abrieron sus ojos con las pupilas dilatadas y mantuvieron el aliento abstraídos de la bella imperfección de aquel arrebato magnífico que era su melodía. Estaba llena, refulgiendo de la realidad de aquella casa antigua que esperaba en el campo, estaba vacía por el dolor de Refugio y estaba completa de sus propias experiencias a pesar que, mientras seguía tocando, las lágrimas caían por sus mejillas quemándole la piel recordándole que no había sido un sueño, sino la más terrible realidad.
En un último exhalo desgarró una aguda nota que resaltaba las últimas estrofas, dejaba al oyente en pleno de un vuelo para dejarlo caer en el silencio del desconsuelo. Abrió sus ojos y quitó la flauta traversa de sus labios para mirar al jurado quienes, con la boca abierta, aun estaban absortos de aquel temblor huracanado que había sido su presentación.
Amparo estaba muerta, en medio de los dolidos gritos de Gracia, justo cuando sonaron los disparos, supo que su hermana ya había dado el siguiente paso a un viaje que comenzó demasiado joven para realizarlo. Se golpeó con la realidad y, decidida como era, no tocó nada que había preparado, sino que la cruda verdad por la que había tenido que pasar ese mismo día de lluvia de octubre.
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