1.21.2007

Puede Que pueda


Derecho a Rendirse


Una vez, antes de que el tiempo dictara de una vez y por todas, las cosas que tarde o temprano irían marcando la realidad de lo que día tras día vivieras como si fuera cierto, pensamos que las cosas eran más simples de lo que los "mayores" querían aceptar.
El tiempo, sin embargo, traía de la mano del segundero del reloj las mil y un complicaciones que implicaban estar siempre rodeados de la sociedad que habíamos forjado durante años y años de convivencia humana.
¿Qué había pasado?
La respuesta era simple, nos habíamos mimetizado tanto con el entorno, que finalmente, en su afán de absorbernos, pareció tener la razón, de manera que cedimos sin siquiera negar la posibilidad de un camino diferente a lo que todos habían tomado. Pero siempre está la puerta de escape, siempre está la posibilidad de, pase lo que pase, poder decir que hasta aquí llegas, puesto que de otra manera, no era posible que tanta gente siguiera viva. En el colegio era lo mismo que alguna vez había sido en la casa, y en el trabajo sería, sin peligro a equivocarse, lo mismo que había sido en la Universidad, las cadenas parecían no ser de metal, pero eran más fuertes que las del más templado acero, ¿Acaso era así como se controlaba a millones de personas? ¿Acaso era el campanario, en esa presencia eterna, en esa naturaleza de concreta frialdad y presencia poderosa lo que hacía entender, o peor aun, hacía creer a la gente que no había otra salida más que ser igual al resto, que las cosas estaban dadas de la nada, que no había posibilidades de cambiarlas, porque una presencia magnánima, más perfecta que nosotros, más inimaginable e imposible que nuestra propia existencia, era la que había ideado todo este orden de cosas?
Claro que las cosas se podían cambiar, eso nadie podría declararlo como falso, ni siquiera podría irse en contra el mismo Albacea en sus eternos discursos de desarrollo y humanidad... ¿Pero qué faltaba?
Estela respiró hondo y colocó sus labios tomando ese sabor metálico que la flauta le entregaba cuando comenzaban los ensayos, la diferencia, sin embargo, era obvia, este no era un ensayo, ni siquiera era posible equivocarse... no era posible que cuando se estaba jugando tantas cosas de un momento a otro, las imágenes de la gente en las calles, la ausencia de quien no parecía ser más que una niña y la sensación que, después de todo, estas cosas, tan simples que tomamos como si nos jugáramos la vida, no tenían la menor importancia, el dolor, el enfado, toda esa furia acumulada, la Soledad y la profunda tristeza, no se quitarían si entraba al conservatorio en este momento...
¿Acaso se estaba rindiendo?
No.
Era la simple realidad de que había algo más poderoso que la llevaba a hilar la música que sacaba desde sus pulmones por entre los labios y adornaba con el movimiento de sus dedos, las lágrimas podrían haberlo hecho notar ante el jurado que no tomó tanta emoción sino como el perfecto sentimentalismo de un artista.